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La triste historia del nuevo vecino de Argos

    Argos tiene un nuevo vecino, un pequeño potro isabelino que no pasará del año de edad. Aún no tiene nombre, pero a su corta edad ha tenido la mala suerte de vivir una de las peores experiencias de lo que será su vida.

    Hará un par de noches, el potrín se quedó enganchado entre una valla y un árbol. Pasó toda la noche forcejeando para poder salir, hasta que al final se agotó. Por la mañana, cuando su dueño se iba a trabajar, desatrancó al potrillo, que quedó tumbado en el suelo del cansancio, y se marchó pensando, ya se levantará.

    No fue así. Cuando volvió de trabajar a media tarde, el potro seguía tumbado en el suelo, deshidratado y semiinconsciente. Había pasado todo el día tirado al sol, sin beber ni comer nada. Estaba exhausto. Aprovechando que un veterinario pasaba por la zona, el dueño pidió ayuda para tratar al animalillo. Tras una hora y media de sueros y aceites, el potrín seguía sin reaccionar. El veterniario tenía que marcharse a hacer un par de cosas, pero quería darle una oportunidad, así que quedó en volver al cabo de dos horas para decidir si seguían tratándolo o lo dormían.

    Cuál fue la sorpresa, cuando después de dos horas, el dueño dice que no quiere que vuelva el veterinario, ni para una cosa ni para la otra, puesto que no está dispuesto a invertir tiempo ni dinero en el bicho, e incluso pregunta a sus vecinos de finca si disponen de servicio se retirada de animales. Por suerte para el potro, estos mismos vecinos, a parte del servicio de retirada de animales, tienen un gran corazón, y decidieron hacerse cargo del potro y de sus cuidados.

    Para las ocho de la tarde eran como cinco los veterinarios que estaban atendiendo al animal. Y entre curas de heridas, sueros, y aceites, pasó toda la tarde, haciendo mínimos amagos de respuesta a los tratamientos. Por la noche durmió sedado, para evitar el dolor y conseguir un mayor descanso, y desde la mañana siguiente, pasa los días vigilado por dos veterinarios que le controlan las constantes vitales cada hora, y le mantienen constantemente hidratado, pendientes de cualquier reacción o intento de movimiento del potrillo.

    Aunque dura, esta no es más que una de las tantísimas historias que ocurren diariamente en muchos, muchísimos criaderos de caballos y yeguadas. Lugares en los que, cuando un tratamiento o asistencia supone un precio que no compensa el que se va a obtener por la venta del animal, sus dueños se desentienden de él de la forma más cruel e inhumana.

 

 

1 comentario

ricardo -

¿Y quién coño es Argos?

A mí me preocuparía más que cosas así se hagan con personas.