Fuegos artificiales
El sábado hice un pequeño paréntesis estudiantil para ir a Rivas a recoger unas entradas. El pueblo estaba en fiestas, y tenían montada la marimorena y podría decir que si no son las fiestas mejor organizadas que he visto nunca, poco le faltan (¿tendrá algo que ver que la alcaldía esté mayoritariamente compuesta por los cariñosamente llamados rojos de mierda?). Actividades y atracciones a precio simbólico para niños y chavales, conciertos medianamente aceptables, casetas de todo tipo y color... y fuegos artificiales.
Y es que los castillos tienen un no se qué, que me dejan embobada cada vez que los veo. Es como una mezcla, por un lado, de un espectáculo visual de lo más colorido y variopinto, y por otro, un retumbar de oídos, que va transmitiéndose y resonando por todo el cuerpo, y que me provoca una ligera pero agradable sensación de pánico.
He de admitir que hacía tiempo que no veía unos, y que cada vez la cosa es más espectacular. Los típicos de siempre, los de palmera, los de gusanito, rojos, verdes, blancos, dorados, muros de fuego, cohetes con sonido, con ascenso en dos etapas...
Pero lo más espectacular, es la capacidad que tienen para inspirarme, para evocar ciertas sensaciones, que no sé muy bien si tendrán relación alguna con el hecho de observarlos.
Algo curioso...
2 comentarios
La U -
ricardo -
"un retumbar de oídos, que va transmitiéndose y resonando por todo el cuerpo, y que me provoca una ligera pero agradable sensación de pánico"... ésto en mi pueblo se llama orgasmo.